¿Qué sería del mundo si en él no hubiera arte?

Desdichado aquel que jamás ha experimentado el fervor que asalta al cuerpo cuando los ojos oleosos de un Caravaggio te devuelven la mirada con ardor. Cuando el olor a tinta y libro viejo se te impregna hasta en los huesos.

Qué desafortunado ha de sentirse quien no haya roto nunca en llanto como respuesta espontánea ante el clímax de una obra musical; o quien no haya sufrido la alteración del ritmo cardíaco cuando las letras se besan entre palabras de papel.

Quisiera a veces ser música, ser cine, ser poesía y pintura. Ser de bronce, de hojalata. Ser una artista innata; pero también un alma silenciosa, que no vacía, sino perspicaz.

Pero cómo no, me alcanzó antes la sensibilidad humana. Con sus vellos erizados, con sus lágrimas emergentes, con su enrojecimiento delator… Y quizás no soy arte ni artista, pero el mundo lo es en sí mismo y, el mero hecho de formar parte de él, de la humanidad en su conjunto, ya dice mucho sobre quién soy y a dónde voy.

El arte es la forma en la que el alma puede salir del cuerpo para transformarse casi en cualquier cosa. Es el resultado del sentir.

Si las emociones se reprimieran dentro, con cadenas y muros de hormigón, quizá el arte brillaría por su ausencia; pero es éste realmente la consecuencia de nuestro vivir. Por lo que ¿qué sería del mundo –inhumano– si en él no hubiera arte?