En aquel valle, cuando el sol se desdibuja durante el ocaso y la luna decide tomar vuelo, se crea un paisaje de mil matices. Las montañas, erguidas a su alrededor como ancestrales guardianas, protegían cada rincón del lugar para que la mirada intrusa del humano jamás pudiera perturbar su paz. Aquel recóndito lugar se desplegaba al caer la noche, y cuando el universo entregaba su grandeza en su silencio, tan solo las estrellas podían ser testigos mudos de su magnificencia. Esos árboles centenarios sujetaban con sus ramas el cielo. Esas raíces robustas se aferraban con ímpetu al suelo. La belleza del paisaje era innegable. Sólo hacían falta un par de pinceles y unos óleos para poder eternizarlo. Sin embargo, ni el más intrépido explorador podría nunca dar con él. En el corazón del lugar más verde de la Tierra, se hallaba una verdadera maravilla natural. ¿Pero acaso era tan bella si nadie la podía admirar?
La Belleza de lo Oculto