A través del devenir de nuestros días, nos topamos con un sinfín de almas que nunca llegaremos a conocer. Sin embargo, entre los miles de rostros que pasan desapercibidos, hay alguno que otro que permanecerá siempre inalterable en nuestra memoria. Son, generalmente, aquellos a los que solemos llamar amigos. Una amistad es a menudo confundida por otros tipos de lazos. Confundida por ese compañero de clase con el que reímos sin parar, pero con el que nunca intercambiamos más de dos palabras fuera del ámbito académico; o por esa persona que, a través de las redes sociales, nos escribe comentarios encantadores ocasionalmente. Personas conocemos a muchas, ¿pero a cuántas realmente les permitimos que nos conozcan a nosotros de verdad? El ser humano es sociable por naturaleza, y no podríamos vivir plenamente sin la interacción con otros. Nos llevamos bien con gente por las que por supuesto daríamos mucho, pero nada en comparación con lo que podríamos llegar a hacer por una verdadera amistad. Podemos sentirnos cómodos, charlar esporádicamente sobre temas que se tengan en común, reír e incluso llorar con alguien; pero la amistad trasciende la mera coincidencia de circunstancias e intereses. Ésta es un rincón en el que puedes despojarte sin miedo de tus máscaras, pues no hay allí lugar para el juicio. Se construye sobre una sólida base de inquietudes comunes, respeto y comprensión; pero sobre todo, la amistad la da la experiencia. Un amigo es aquel con el que has superado ciertas cosas, con el que has compartido momentos idóneos para el crecimiento personal de ambos. Un amigo es aquel al que le regalas tu tiempo, a veces tanto, que la mayor parte del día sientes que el aire está impregnado de su esencia, pues realmente ya forma parte de tí. Sé que quiero a alguien cuando puedo verme reflejada en él. Sé que alguien me quiere cuando encuentra en mí fragmentos de lo que es. “La Quijotización de Sancho y la Sanchificación de Don Quijote”, como diría Miguel de Cervantes. Porque al final la amistad no es más que eso, un vaivén de emociones e ideas que se entremezclan y crean conversaciones que unen a las personas. La amistad es el espacio que se forma entre individuos que se admiran, se apoyan y se unen genuinamente, ofreciendo compañía desinteresada, sin esperar nada a cambio.
Ha de ser muy profunda la relación que se debería tener con alguien para que pueda ser considerada amistad, por lo que parece; pero entonces, ¿cómo denominamos a todas esas personas que de un modo intermitente forman parte de nuestra vida? ¿Cómo llamaría, si no amistad, a quien de vez en cuando me invita a un café?, a quien a veces le cuento anécdotas, miedos… ¿Cómo debería llamar a aquellos que cuando me ven con el rostro afligido me preguntan “¿estás bien?” sin esperar veracidad en mi respuesta? ¿Y a esos otros, con los que durante la efimeridad de un instante, comparto una parte de mi ser, pero después no escucho noticia alguna de ellos en un largo tiempo? Todos ellos, que como aves migratorias alzan su vuelo sobre nosotros durante momentos limitados, poseen también cierta importancia. Se hallan en un limbo entre el conocido y el amigo, pero al fin y al cabo, son un pilar sustentador de nuestras vidas. Por lo tanto, la amistad, si bien podría llegar a ser confundida por la camaradería ocasional o los lazos fugaces, no edifica sus murallas únicamente alrededor de esas relaciones profundas y duraderas, sino que abarca también esas conexiones pasajeras que enriquecen nuestra existencia. Son esos encuentros casuales los que en su conjunto otorgan significado y sostén a nuestro camino.