¿El ocio es un premio por cumplir con nuestro deber, o un receso para trabajar otra vez?
Es decir, ¿el trabajo se nos presenta como un mero medio utilitarista mediante el cual obtener un fin, el ocio, que determinaría nuestra felicidad? ¿O ese tiempo de ociosidad es únicamente un descanso antes de continuar cumpliendo con nuestras obligaciones?
Esto nos invita a cuestionarnos si nuestro estado por naturaleza es el ocio, o el trabajo. Como dice la expresión popular: ¿trabajamos para vivir, o vivimos para trabajar?. La principal relación que une ambos conceptos es que se suceden continuamente, como queda representado en la imagen a través de la figura de un reloj. Al ocio le precede el trabajo, y al trabajo, el ocio nuevamente. La vida es un bucle constante en el que trabajamos para sobrevivir, pero sobre todo para poder comprar el ocio con posterioridad. Aristóteles, en su libro Ética a Nicómaco (Libro 10, capítulo 7, sección 1177b) dijo «nos privamos del ocio para tenerlo, igual que hacemos la guerra para tener paz».
Si la vida se nos presentara como un camino sin complicaciones en el que tenemos nuestras necesidades vitales satisfechas sin necesidad de hacer nada para ello, probablemente el trabajo no existiría, pues la única motivación que nos mueve para que lo realicemos es la necesidad de subsistir, como base de todo lo demás. Quien dice trabajo dice estudiar, que supuestamente es nuestro trampolín a un futuro en el que podamos ser autosuficientes. Sin embargo, ¿existiría el ocio entonces? Si el tiempo libre fuera nuestro estado por defecto éste no tendría lugar pues pasaría a denominarse simplemente “tiempo”. Pero, sin un trabajo que realizar, ¿podríamos permitirnos tener ocio? Si observamos bien la imagen, podemos ver que la vida misma se ve representada como un reloj de pared. Queda reflejado que lo que para algunos es ocio, para otros es trabajo; así como el ocio de unos requiere del trabajo de otros. Para que la persona que figura en lo que sería el número 12 pueda disfrutar leyendo, la que está a su izquierda, que se encuentra junto a una fotocopiadora, ha de cumplir con un horario durante el que lleva a cabo su impresión, al igual que la bibliotecaria (en lo que sería el número 5), organiza la disposición de esos libros.
La obligación, el trabajo, como es frecuente en la cotidianidad de la vida, ocupa la mayor parte de la circunferencia, dos tercios, para ser exactos, al igual que aproximadamente pasamos dos tercios de nuestra vida trabajando y estudiando. Hay menos tiempo para el ocio que para las obligaciones, y aunque a nadie le guste que esto sea así, está socialmente aceptado que alguien se regocije en la ociosidad siempre y cuando haya terminado ya con todas sus obligaciones, y por supuesto, se esté preparando para volver a ponerse con ellas en cuanto haya recuperado fuerzas.
En última instancia, la imagen insta a reflexionar sobre la naturaleza misma del ocio y el trabajo en la vida humana. Según la teoría de la dialéctica de Hegel, la vida es un flujo constante entre una tesis, es decir, una idea principal, a la que se le opone una antítesis, que sería una idea contraria. Estas se combinan para formar una síntesis más elevada. En este contexto, el ocio y el trabajo pueden verse como elementos opuestos pero que interactúan entre sí, que de algún modo se retroalimentan, como si se tratase de una relación simbiótica entre animales. En la vida cotidiana buscamos equilibrar estas fuerzas aparentemente opuestas, que pese a complementarse están siempre en conflicto. A medida que alternamos entre estos dos estados, experimentamos una fuerte tensión entre el placer y la obligación, entre la libertad y la necesidad, ocio y negocio, tesis y antítesis. ¿Pero cuál es la síntesis final?
Quizás la respuesta esté en buscar el ocio en el deber.